jueves, 13 de febrero de 2014

Cuentos de Dungueons and Dragons


En el interior de la posada el humo dejaba un fuerte aroma a tabaco. La gente bebía después de una jornada labrando los terrenos de la ciudad, otros conversaban y hacían negocios, algunos hasta intentaban llevarse a una mujer al lecho. Y al fondo, un grupo de gente se arremolinaba alrededor de un viajero, sentado en una banqueta de madera. Con una mano sujetaba una pipa, mientras que con la otra sostenía una jarra de cerveza. Por su tamaño y corpulencia se podía dilucidar ser un enano, uno ya anciano.
Un grupo de niños entro en la posada a la carrera y solo se detuvieron cuando llegaron a la altura del anciano enano. Todos se le quedaron mirando sin saber que decir mientras este exhalaba una bocanada de humo. Uno de ellos, más alto y corpulento que los demás se acercó al anciano.

- Señor… - Dijo vacilante el muchacho- ¿es usted un aventurero…?

El enano, le miro de arriba a abajo y sin previo aviso hecho a reír de una manera enérgica y ruidosa. Su risa provocó un silencio en el resto de la taberna seguido de miradas indiscretas, aunque poco después esa risa se tornó en una tos seca seguida de una respiración fuerte, una maldición en un idioma desconocido para los presentes y una mirada penetrante al muchacho.

- Dime, muchacho. De todos tus amigos, ¿solo tú tienes lengua? – El enano miro al resto de chicos y todos le apartaron la mirada encogiéndose de hombros – Solo soy un viajero cansado, que ha decidido descansar sus huesos en esta taberna.

Todos los niños miraron al suelo y refunfuñaron viendo como sus esperanzas eran truncadas.

- Pero… en mis tiempos jóvenes fui una especie de aventurero, si es lo que querías saber.

Los niños, levantaron la mirada, ahora iluminada por la ilusión y se sentaron en el suelo alrededor del anciano enano. El chico que había hablado le pregunto:

- ¿Podría usted contarnos alguna de las historias de sus aventuras…?

El enano, miro hacia la tabernera haciendo un leve gesto con la cabeza y levantando la copa ahora vacía. Después, miro a los chicos y a algunos campesinos que de paso se habían acercado para oír mejor. Puso la pipa entre sus labios dejando, ver una espesa barba gris, inspiro fuertemente, e hizo tres aros con el humo resultante.

- Podría contaros una historia… de mis antiguas andanzas, cuando conocí a los que fueron mis compañeros de batalla…


Preludio:

Todo comenzó hace muchos años ya, en el peor de los sitios posible… una caravana de esclavos. Los perros esclavistas volvían de una de sus campañas de muerte y saqueo en las tierras del norte del reino de Calm. Aprovechando que los pueblos de la zona habían mandado a sus guerreros a combatir a la amenaza orca que surgía de entre las montañas, los esclavistas, saquearon y quemaron las aldeas. Mataron hombres, mujeres y niños, robaron el ganado y a todo aquel al que vieron útil lo hicieron prisionero y lo encadenaron.

La caravana, se dirigía hacia las tierras del este, a los mercados de esclavos. El camino que recorrían estaba rodeado por densos bosques de los que se oían antiguas leyendas sobre criaturas monstruosas y poderosos maleficios. Los prisioneros, encadenados, caminaban en fila hacia su terrible destino mientras los perros esclavistas les gritaban y daban latigazos. El grueso del grupo estaba formado por carros, carruajes cargados con jaulas en las que se había metido a los esclavos más problemáticos. En una de estas jaulas, encadenado, se encontraba el joven jefe de una de las tribus bárbaras del norte, su nombre era Octa, del clan Wottan. Era alto y fuerte, con una melena oscura como el azabache y de mirada penetrante, ataviado de ropas hechas con las pieles de los animales a los que había cazado. Cuando empezaron los problemas con los orcos no pudo acompañar al resto de guerreros de su tribu al encontrarse pasando unas fiebres, y siendo capturado por los esclavistas con la guardia baja sin apenas poder blandir su espada.

Fuera, entre los esclavos, una figura encapuchada acompañaba al grupo. No pertenecía al norte y no se encontraba en ninguna de las aldeas cuando estas fueron atacadas. Se había incorporado a la caravana durante el viaje, haciéndose pasar por esclavo. Solo un necio haría eso… un necio, o alguien que quisiera pasar desapercibido por ser lo que era. Su nombre, Ralek Thunbar. Repudiado en su hogar como una aberración de la naturaleza, pronto descubrió su naturaleza arcana… tiefling creo que llaman a su raza. Condenado a vagar escondiendo su rostro para evitar la repudia de la gente. Ahora, escondido entre los esclavos, se encontraba de peregrinaje hacia el este en busca de un refugio para los de su raza.

En las cercanías, bosque adentro, una una figura femenina observaba la escena desde las sombras con repugnancia. Thrisian, una elfa, había salido de su circulo druídico para atender unos asuntos en el pueblo cercano de Sadir y se había detenido solo para observar aquella locura. No entendía como alguien podía vender a gente como si fueran objetos y después sentirse satisfecho consigo mismo. Solo la “sociedad civilizada” como le gustaba llamarlo, eran lo suficientemente egoísta como para tolerar este tipo de comportamientos. Thrisian ajusto su vestido, comprobo su arco, respiro hondo, levanto la cabeza y dio las gracias por haber sido criada en la naturaleza lejos de todos esos agravios ….- Fhhuuuummmmmmm – algo retumbo en la espesura haciendo que la elfa, giro la cabeza hacia atrás por el sobresalto. ¿Que era ese sonido? ¿Un cuerno de guerra? No podía ser, no tan lejos de sus tierras... Fhhuuuummmmmmm- El cuerno de guerra orco retumbo en la espesura del bosque haciendo que los pájaros de la zona huyeran despavoridos. Thrisian busco un sitio para ocultarse y se concentró en la espesura para poder localizar de donde venía el sonido -… Pasos… van corriendo… ¡¡¡están muy cerca!!!

Mientras, en la caravana de esclavos, la agitación se propagaba como pólvora enana. Los caballos relincharon y los demás animales comenzaron a mostrarse mas y mas nerviosos. Los esclavos, asustados no sabían que hacer, mientras estuvieran encadenados no tenían ninguna oportunidad. Muchos de los esclavistas no paraban de gritar órdenes incoherentes, hasta que se dieron cuenta de lo inevitable de la situación, los orcos estaban muy cerca, demasiado cerca. Algunos  de los esclavistas huyeron cabalgando a toda velocidad, otros, los que no contaban con montura, se prepararon para hacer frente a la amenaza.

Ralek, se deslizo entre los asustados cautivos buscando la manera de refugiarse en la espesura del bosque. Una vez que encontró un arbusto lo suficientemente denso como para ocultarlo observo la actuación de los esclavistas que dejaban a "la mercancía" completamente a su suerte, corrían a un lado del camino intentando formar una posición defensiva con escudos y lanzas.

Por otro lado, Thrisian, salio a la carrera de entre la espesura y salto entre la multitud de esclavos sacando un juego de ganzúas de su cinturón para intentar liberarlos y guiarlos a un lugar seguro. Los esclavistas, ocupados intentando mantener la compostura ante tan aciago destino, no se percataron de este hecho ya que ahora podían ver a los orcos, cientos de orcos, mientras ellos apenas contaban veinte hombres.

En el camino, en uno de los carros y dentro de una jaula, Octa se incorporó. Aun se encontraba algo débil por las fiebres, pero tenía que hacer algo para escapar o seria pasto de orco. Miro a sus cadenas, tenían herrumbre, y la barra a la que estaban enganchadas no tenían mejor pinta. – Apartad- dijo a sus compañeros de cautiverio, al tiempo que apoyaba su pierna derecha contra la pared de la jaula. Dio un primer tirón a las cadenas que, a pesar de su esfuerzo, comprobó que le costaría más de lo esperado. A sí que dejo las cadenas y cogió la barra de hierro entre sus manos tensando sus músculos con una fuerza más propia de un titán que de un hombre. La barra chirrió de dolor en un primer momento, para segundos después ser arrancada de su sitio quedando en las manos del bárbaro ahora exhausto. Todavía estaba encadenado, pero al menos podía moverse y tenía una barra de metal con la que defenderse.

En esos momentos, Thrisian, ya había conseguido guiar a la mayoría de los esclavos a un claro en una zona más oculta y volvía hacia los carros para ayudar a los enjaulados. Al acercarse al primero de ellos vio a un bárbaro, enjaulado, intentando romper la cerradura de la puerta de su jaula con una barra de hierro que sujetaba entre sus manos encadenadas.

Octa, por su parte, utilizando una mezcla de patadas, golpes y haciendo palanca en la puerta de su prisión, consiguió romper la cerradura con un ultimo esfuerzo. Al mirar al exterior de la jaula vio que alguien se ponía frente a la salida y no lo pensó… levanto la barra de hierro para intentar aplastar el cráneo a quien intentara detenerlo y cuando iba a dar el golpe mortal se dio cuenta de que era una mujer – Alto, vengo a ayudaros a escapar – Octa centro su mirada en la desconocida, una elfa, que sujetaba en las manos un juego de ganzúas. El bárbaro sabia que la elfa no pertenecía al grupo de los esclavistas, se acordaría de ella, a si que tiro la barra al suelo y salto fuera del carro, ayudando a la elfa a entrar a la jaula para que soltara a los demás prisioneros. Mientras la elfa liberaba a los presos, Octa busco a su alrededor algo con lo que defenderse. A unos metros, una espada estaba tirada en el suelo, dejada seguramente por alguno de los esclavistas huidos. Con un rápido movimiento recogió aquel acero del suelo que aunque era más pequeña de a lo que él estaba acostumbrado y sumando el hecho de que aún estaba encadenado, se sintió preparado para la batalla.

Thrisian, por su parte, libero rápidamente a los presos saliendo de la jaula a gran velocidad. Al salir vio al bárbaro con una espada en su mano y cuando este la miro, le hizo un gesto para que la siguiera. El bárbaro respondió a su gesto siguiendo a la elfa al lugar donde se encontraban ocultos los demás y cuando estos se adentraban en el bosque, los orcos alcanzaron a los esclavistas. Los intentos desesperados de esos hombres por aguantar el envite de los orcos era inútil y aunque la formación aguanto una primera oleada, acabando con la vida de muchos orcos, sucumbió ante la arrolladora supremacía numérica del enemigo. Los sables de hierro tosco que portaban aquellas criaturas se tiñeron de rojo con la sangre aquellos hombres y disfrutaron de los gritos de agonía que surgían de sus doloridas gargantas. Octa, que vio de refilón como eran aplastados sus captores, no pudo evitar sonreír.

En un claro cercano, pero a cubierto en una zona rodeada de espesos arbustos y zarzas, el grupo de esclavos esperaba a su libertadora. Cuando esta apareció seguida de Octa se alegraron, pero sabían que debían moverse rápido si no querían que los orcos les encontraran. El bárbaro, por su parte, cogió el brazo de la druida y con un movimiento brusco la puso frente a si – Sabes de algún sitio seguro a donde podamos ir – sin darse cuenta apretó demasiado el brazo haciendo que Thrisian soltara un pequeño giro, a lo que esta respondió – Suelta bruto… y seguidme, cerca de aquí hay un pueblo llamado Sadir. Allí podremos refugiarnos-. Octa soltó a Thrisian y se pusieron en marcha, caminando lo mas velozmente que daban sus pies procurando no hacer ruido, por zonas a cubierto que donde a los orcos les costara rastrearlos. Octa y Thrisian se dieron cuenta de que en el grupo también se encontraba ese personaje extraño, ataviado con capucha que se había colado en la caravana de esclavos y se había deslizado sigilosamente para escapar de los orcos. Decidieron vigilarle de cerca y se alejaron del lugar con las últimas luces del día.

Gracias a que Thrisian conocía perfectamente el terreno, al haberse criado cerca de allí, en tan solo una noche de viaje vieron las murallas de la ciudad de Sadir a la que parecía que los habitantes de los pueblos cercanos peregrinaban en ese momento. Gente, desde todos los caminos, llegaban a la ciudad haciendo cola para entrar en la ciudad con todas sus pertenencias en ristre. Cuando nuestros aventureros llegaron a las puertas de la muralla los guardias, portando sus armas en las manos, les dieron el alto y…

(Continuara…)

Fdo: Antonio Jimenez Megias

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